lunes, 23 de marzo de 2009

Viaje al centro de la tierra

CAPÍTULO XXI

Partimos al día siguiente muy de madrugada. TEníamos que darnos prisa. Estábamos a cinco jornadas de la encrucijada.
No me detendré en circunstanciar minuciosamente los padecimientos de nuestra marcha. Mi tío los sobrellevó con la cólera de un hombre que no se siente ya más fuerte que ellos; Hans, con la resignación de su temperamento flemático, y yo, lo confieso, quejándome y desesperándome, sin encontrar energía en mi corazón contra mi mala fortuna.
Como lo había previsto, el agua faltó completamente al concluir el primer día de marcha. Nuestra provisión de líquido se redujo entonces a ginebra, a ese infernal licor extraído del enebro, que quema la garganta, y que no podía mirar siquiera. La temperatua me pareció sofocante. Me paralizaba el cansancio, y más de una vez estuve próximo a caer sin movimiento. Entonces hacíamos alto, y mi tío y el islandés me animaban lo mejor que podían. Pero yo estaba ya viendo que el primero se relacionaba difícilmente contra la extrema fatiga y los tormentos nacidos de la privación de agua.
En fin, el martes 8 de julio, arrastrándonos a gatas, llegamos medio muertos al punto de intersección de las dos galerías. Allí permanecí como un cuerpo inerte, tendido sobre la lava. Eran las diez de la mañana.
Hans y mi tío, recostados contra la pared, procuraron pasar algunos bocados de galleta. Prolongados gemidos se escapaban de mis entumecidos labios, hasta que caí en un profundo sopor.
Al cabo de algún tiempo, mi tío se me acercó y me levantó entre sus brazos:
-¡Pobre muchacho! -murmuró con un verdadero acento de piedad.
Me afectaron sus palabras, pues no estaba acostumbrado a las ternezas del áspero profesor. Cogí con las mías sus manos estremecidas, y él no hacía más que mirarme. Sus ojos estaban humedecidos. Lo vi entonces coger la calabaza que llevaba colgada. Con mucho asombro mío la aproximó a mis labios.
-¡Bebe! -me dijo.
¿Había yo oído bien? ¿Se había mi tío vuelto loco? Yo le miraba con una fijeza estúpida. No quería comprenderle.
-Bebe -repitió.
Y levantando su calabaza, vació entre mis labios toda el agua que contenía.
¡Oh fruición! Un sorbo de agua humedeció mi boca de fuego, no más que un sorbo, pero bastó para devolverme la vida que había ya casi perdido.
Di gracias a mi tío juntando las manos.
-Sí -dijo él -¡Un sorbo de agua! ¡El último! ¿Lo oyes? ¡El último! Lo guardaba como un tesoro en el fondo de mi calabaza. ¡Veinte veces, cien veces he tenido que resistir al imperioso deseo de humedecer con él mis secas fauces! Pero no, Axel, lo reservaba para ti.
-¡Tío! -murmuré, gruesas lágrimas brotaron de mis ojos.
-Sí, pobre muchacho sabías que al llegar a esta encrucijada caerías medio muerto, y he conservado para reanimarte mis últimas gotas de agua.
-¡Gracias! ¡Gracias! -exclamé.
Aquel sorbo de agua, aunque muy insuficiente para apagar mi sed devoradora, me infundió algún aliento. Se produjo alguna reacción en los músculos de mi garganta hasta entonces contraídos, y se suavizaron un poco mis labios abrasados. Podía hablar.
-Veamos -dije-, no podemos tomar más que un partido, carecemos de agua, es forzoso retroceder.
Oyéndome hablar así, mi tío procuraba no mirarme; bajaba la cabeza, sus ojos huían de los míos.
-Es preciso retroceder -repetí-, y volver a tomar el camino del Sneffels. ¡Qué Dios nos dé fuerzas para subir a la cima del cráter!
-¡Retroceder! -exclamó mi tío contestando tal vez a su propio pensamiento, y no a mis palabras.
-Sí, retroceder, y sin pérdida de un instante.
Hubo una pausa bastante larga.
-Así pues, Axel -repuso el profesor con un tono extraño-, ¿el sorbo de agua que te he dado no te ha devuelto el valor y la energía?
-¡El valor!
-Te veo abatido como antes, y pronunciando aún palabras de desesperación.
¿Con qué hombre tenía que luchar? ¿Qué proyectos podía acariciar todavía aquella atrevida mente?
-¡Cómo! ¿No queréis?...
-¿Renunciar a esta expedición en el momento de anunciarme todo que puedo llevarla a cabo? ¡Jamás!
-¿Entonces hay que resignarse a morir?
-¡No, Axel, no; parte! ¡Yo no quiero tu muerte! Que Hans te acompañe. ¡Déjame solo!
-¡Abandonaros!
-¡Déjame, te digo! ¡He empezado este viaje, y he de concluir, o no volveré! ¡Vete, Axel, vete!
Mi tío hablaba con extraordinario calor. Su voz instantáneamente afable, excepcionalmente cariñosa, volvió a ser dura y amenazadora. Con sombría energía luchaba contra lo imposible. Yo no quería abandonarle en el fondo de aquel abimo, pero al mismo tiempo el instinto de conservación me mandaba huir de él.
El guía seguía esta escena con su indiferencia de costumbre. Comprendía, sin embargo, lo que pasaba ante sus dos compañeros. Nuestros ademanes indicaban demasiado la vía diferente por la cual cada uno de nosotros procuraba arrastrarlo; pero Hans tomaba al parecer poco interés en una cuestión en que su existencia se hallaba, sin embargo, comprometida, y permanecía dispuesto a marchar si se le daba la señal de marcha, y dispuesto a quedarse a la menor indicación de su amo.
¡Que no hubiera yo dado en aquel instante para hacerme comprender por Hans! Mis palabras, mis gemidos, mi acento, habrían triunfado en su fría naturaleza. Le hubiera hecho comprender y palpar los peligros que él al parecer no sospechaba. Y los dos juntos habríamos tal vez convencido al obstinado profesor. En caso necesario, lo hubiéramos obligado a la fuerza a volver a las alturas del Sneffels.
Me acerqué a Hans, lo cogí una mano. Él no se movió siquiera. Le indiqué el camino del cráter. Permaneció inmóvil. Mi rostro expresaba todos mis pensamientos. El islandés movió lentamente la cabeza y señaló tranquilamente a mi tío.
-Master -dijo.
-¡El amo! -exclamé-. ¡Insensato! ¡No, él no es el amo de la vida! ¡Es preciso huir! ¡Es preciso arrastrarle! ¿Me oyes? ¿Me comprendes?
Tenía a Hans asido del brazo. Quería obligarle a levantarse. Luchaba con él. Mi tío intervino.
-Calma, Axel -dijo-. Nada recabarás de este servidor impasible. Oye, pues, lo que voy a proponerte.
Me crucé de brazos, mirando a mi tío frente a frente.
-La falta de agua -dijo-, es el único obstáculo que se opone a la realización de mis proyectos. En esta galería del este, formada de lavas, esquistos y hullas, no hemos encontrado una sola molécula líquida. Es posible que seamos más afortunados siguiendo el túnel del oeste.
Meneé la cabeza, manifestando mi profunda incredulidad.
-Escúchame hasta el fin -repuso el profesor, esforzando la voz-. Mientras yacías sin movimiento, he ido a reconocer la conformación de esta galería. Se hunde directamente en las entrañas del globo, y en pocas horas nos conducirá a la masa granítica. Allí hemos de encontrar manantiales abundantes. Así lo quiere la naturaleza de la roca, y el instinto está de acuerdo con la lógica para apoyar mi convicción. He aquí, pues, lo que voy a proponerte. Cuando Colón pidió tres horas a los tripulantes para encontrar las nuevas tierras, sus tripulantes enfermos, a arredrados, accedieron sin embargo a su demanda, y él descubrió el nuevo mundo. Yo, el Colón de estas regiones subterráneas, no te pido más que un día. Si pasado ese día, no he encontrado el agua que nos falta, te lo juro, volveremos a la superficie de la tierra.
A pesar de mi irritación, me conmovieron las palabras de mi tío y la violencia que se hacía para usar semejante lenguaje.
-¡Pues bien! -exclamé-, hágase como lo deseáis, y que Dios recompense nuestra energía sobrehumana. No os quedan más que algunas horas tentar la suerte. ¡En marcha!
Viaje al centro de la tierra - Julio Verne

2 comentarios:

Elio Milay dijo...

¿También te gusta Julio Verne? Jajaja...

Otro Acuario, como Mozart. Si no recuerdo mal. Adelantado a su tiempo. Pero como todos los que tienen al Sol en la casa número nueve, era capaz de transmitir ideas de viajes fabulosos, sin moverse de su casa: Verne jamás viajó, ni dio la vuelta al mundo, ni hizo espelología, ni fue submarinista, ni buzo, ni voló n globo, ni NADA DE NADA. Y sin embargo, es el maestro de la libertad, del amor por la ciencia humanista y de los viajes de conocimiento.

Yo le adoro. Seguimos teniendo todo en común, Strawberry.

P.S. Un consejo, aparte. Para que no aparezcas tú misma en el artilugio de seguimiento de Feedjit, haz click en "Options" y luego en "Ignore my browser". Así sólo aparecerán las visitas de los demás.

Un beso lennoniano.

P.S.2 Tú ha bajado al centro de la Tierra, y yo he subido a la Luna para ver la Tierra mejor. ¡Qué cosas!

Emperador@pilaf dijo...

Hola AnA! ¡A mi de Julio Verne me gusta el del viaje submarino, el que aparece el capitán Nemo! Julio Verne es bastante bueno, se nota que se puede ser ciéntifico sin realmente serlo, él es la prueba.

¡Por cierto, soy tu colega, Miguel Santana, el de Cádiz, Calvin Poe!

saludos.