jueves, 3 de marzo de 2011

Las aventuras de Tom Sawyer


Apareció Tom en la acera con un cubo de cal y una brocha de mango largo. Contempló la valla y se esfumó toda su alegría, y una profunda melancolía se apoderó de su espíritu. Treinta metros de valla de madera, de tres metros de alto. La vida le parecía hueca, y la existencia nada más que una carga pesada. Suspirando mojó la brocha y la pasó por la tabla más alta; repitió la operación; lo hizo otra vez; comparó la insignificante raya encalada con el enorme continente de valla sin encalar, y se sentó descorazonado. Pero la energía de Tom no duró. Empezó a pensar en lo que tenía planeado para pasarlo bien ese día, y sus penas se multiplicaron. Pronto vería pasar a lso chicos libres, camino de toda clas de expediciones apetecibles, y se burlarían de él. Sólo el pensarlo le quemaba como el fuego. Sacó sus bienes mundanales y los examinó: trozos de juguetes, canincas y objetos inútiles; lo bastante para comprar un cambio de trabajo, quizá, pero ni la mitad de lo necesario para comprar media hora de libertad total. Pero en aquel momento oscuro y desesperanzado, ¡de repente tuvo una inspiración! ¡Nada menos que una inspiración enorme, magnífica!

Al poco apareció ante su vista Ben Rogers... aquel cuyas burlas temía más que las de cualquier otro chico. Ben venía dando saltos y brincos... prueba suficiente de que tenía el corazón ligero y grandes esperanzas. Venía comiéndose una manzana, y a ratos lanzaba un largo grito melodioso. Tom siguió encalando... no le hizo caso. Ben le miró fijamente un momento y luego dijo:
-¡Hola! Te la has cargao, ¿eh?
No hubo respuesta. Tom observó el último toque con ojo de artista, luego volvió a pasar la brocha delicadamente y contempló el resultado, como antes. Ben atracó a su lado. A Tom se le hacía la boca agua pensando en la manzana, pero siguió pintando. Ben dijo:
-¡Hola, viejo! Tienes que trabajar, ¿eh?
De repente Tom giró sobre sus talones y dijo
-¡Anda, pero si eres tú, Ben! ¡No me había dado cuenta!
-Oye, me voy a nadar. ¿No te gustaría ir también? Pero claro, prefieres trabajar, ¿verdad? ¡Claro que sí!
-¿A qué llamas tú trabajar?
-Pues a eso que estás haciendo, ¿no?
Tom continuó pintando y le contestó con indiferencia:
-Bueno, puede que lo sea y puede que no. Lo que sí sé es que a Tom Sawyer le va bien.
-¡Venga ya! ¿No irás a decirme que te gusta?
La brocha siguió moviéndose.
-¿Que si me gusta? Bueno, no veo por qué no me va a gustar- ¿Es que le dejan a uno encalar la valla todos los días?
Estas palabras arrojaron una nueva luz sobre el asunto. Ben dejó de mordisquear la manzana. Tom pasó la brocha de un lado a otro con delicadeza... dio un paso atrás para estudiar el efecto... añadió un toque acá y allá... criticó el efecto otra vez... Ben observaba cada movimiento, cada vez con más interés, cada vez más absorto. Al rato, dijo:
-Oye, Tom, déjame pintar un poco.
Tom se lo pensó, estaba a punto de acceder, pero cambio de opinión:
-No... no, más vale dejarlo, Ben. Verás, mi tía Polly es una maniática con esta valla... Como da a la calle, ¿sabes? Si fuera la de atrás, a mí no me importaría, ni a ella tampoco. Sí, es muy exigente con esta valla; hay que encalarla con mucho cuidado; estoy seguro de que no hay ni un chico entre mil, ¡qué digo!, ni entre dos mil, que sepa hacerlo como es debido.
-No... ¿de veras? Anda, hombre, déjame intentarlo.
-Ben, me gustaría dejarte, palabra de honor; pero tía Polly... si te pones a pintar la valla y pasa algo...
-¡Pamplinas! Tendré tanto cuidado como tú. Ahora, déjame probar. Oye, te daré el corazón de la manzana.
-No, Ben, déjalo. Me da miedo.
-¡Te daré la manzana entera!
Tom le entregó la brocha con gesto de mala gana, pero con el corazón alegre. Mientras Ben trabajaba bajo el sol, el artista jubilado, masticaba la manzana y planeaba el degüello de otros inocentes. No le faltaba personal; por allí pasaban muchos a cada rato; venían a burlarse, pero se quedaban a encalar la valla. Y al final de la tarde, la valla estaba encalada y Tom había pasado un rato agradable y ocioso.

Entonces Tom descubrió, sin darse cuenta, una de las principales leyes que rigen el comportamiento humano, a saber, que para hacer que un hombre o un muchacho codicie una cosa, sólo hay que hacerla difícil de conseguir. Si Tom hubiera sido un gran filósofo, como el escritor de este libro, se hubiera dado cuenta de que el Trabajo consiste en lo que uno está obligado a hacer y de que el Juego consiste en lo que uno no está obligado a hacer. Y esto le habría ayudado a comprender por qué el confeccionar flores artificiales o darle vueltas a una noria es un trabajo, mientras que derribar bolos o escalar el Mont Blanc es sólo una diversión. En Inglaterra hay caballeros adinerados que en verano conducen diligencias de cuatro caballos en un trayecto diario de veinte o treinta millas porque ese privilegio les cuesta dinero; pero, si se les ofreciera un sueldo por ese servicio, la ocupación lo transformaría en un trabajo y entonces los caballeros renunciarían a él.


Mark Twain.

1 comentario:

Jac. dijo...

Jajaja, había leído esto en mi clase de ingles, cuando tenía unos catorce años. Un granito de nostalgia para esta noche. ¡Que lindas épocas! y que peque era.