-Hola, montón de basura. Puff, no te lavas mucho, qué olor tienes. -Luego, como si estuviera dando pasos de baile, me pisó las nogas, la izquierda y también la derecha, y después me dio un arañazo en la nariz que me dolió como besuño y me llenó los glasos con las viejas lágrimas, y además me retorció el uco izquierdo como si fuera la perilla de una radio. Pude slusar risitas y un par de jajajas realmente joroschós que venían del público. La nariz, las nogas y las orejas me ardían y dolían como besuño, así que le dije:
-¿Por qué me tratas así? Jamás te hice mal, hermano.
-Ah -dijo este veco-. Mira esto -arañazos a la nariz- y esto -retorcimiento de oreja-, y esto otro -feo pisotón en la noga derecha- pues no me gusta la gente como tú. Y si quieres responder de algún modo, empieza, por favor empieza. -Entonces comprendí que tenía que andar verdaderamente scorro y sacar la britba filosa antes que se me apareciese aquella náusea espantosa, convirtiendo la alegría de la batalla en el sentimiento de que era mejor contenerse. Pero, oh hermanos, cuando mi ruca buscó la britba en el carmano interior, mi glaso mental videó a este cheloveco insultante, y ahora me pedía compasión, y el crobo rojo rojo le corría por la rota, y apenas había aparecido esta imagen cuando llegaron las náuseas, la garganta seca y los dolores, y comprendí que tenía que cambiar muy scorro lo que sentía por este podrido veco, de modo que busqué cigarrillos o dinero en los carmanos, y entonces, oh hermanos míos, como no tenía ninguna de las dos vesches, le dije, medio tembleque y balbuceante:
-Me gustaría darte un cigarrillo, hermano, pero parece que no tengo. -Y el veco me dijo:
-Bah, bah, juuujuuu. Llora, chiquito. -Y ahí nomás me arañó otra vez la nariz con una uña bolche y dura, y pude slusar smecadas muy ruidosas de diversión que venían del público en la oscuridad. Le dije verdaderamente desesperado, procurando mostrarme amable con este veco insultante y agresivo, y parar así los dolores y las náuseas:
-Por favor, déjame hacer algo por ti. -Y rebusqué en mis carmanos; pero sólo encontré la britba filosa, así que la saqué y se la ofrecí, al mismo tiempo que le decía: -Por favor, toma esto, te lo ruego. Un regalito. Te pido que lo aceptes. -Guárdate esos sobornos hediondos -dijo el veco-. No me convencerás de ese modo. -Me dio un golpe en la ruca y la britba filosa cayó al suelo. Así que le dije:
-Por favor, tengo que hacer algo. ¿Te limpio las botas? Mira, me agacho para lamértelas. -Y entonces, hermanos míos, créanlo o bésenme los scharros, me arrodillé y saqué un kilómetro y medio de mi yasicca roja para lamerle las botas grasñas y vonosas. Pero el veco me contestó con una patada -no muy fuerte- en la rota. Entonces pensé que no vendrían las náuseas y el dolor si sólo le agarraba los tobillos con las rucas y lo mandaba al suelo a este grasño brachno. Así lo hice y el veco se llevó una real y bolche sorpresa, porque se fue al suelo entre las risas del podrido público. Pero al videarlo en el suelo sentí que me venía esa sensación horrible, de modo que le ofrecí la ruca para que se levantara scorro, y arriba fue el tipo. Y cuando se disponía a darme un tolchoco realmente feo y perverso en el litso el doctor Brodsky dijo:
-Está bien, suficiente. -Así que este veco horrible medio se inclinó y se alejó muy elegante, como un actor, mientras se encendían las luces encegueciéndome, y yo abría la rota aullando. El doctor Brodsky dijo al público:
-Como ven ustedes, nuestro sujeto se siente impulsado hacia el bien porque paradójicamente se siente impulsado al mal. La intención de recurrir a la violencia aparece acompañada por hondos sentimientos de incomodidad física. Para aliviarlos, el sujeto tiene que pasar a una actitud diametralmente opuesta. ¿Alguna pregunta?
-El problema de la elección -dijo una golosa rica y profunda, y era el chaplino de la cárcel-. En realidad, no tiene alternativa, ¿verdad? El interés propio, el temor al dolor físico lo llevaron a esa humillación grotesca. La insinceridad era evidente. Ya no es un malhechor. Tampoco es una criatura capaz de una elección moral.
-Ésas son sutilezas -sonrió a medias el doctor Brodsky-. No nos interesan los motivos, la ética superior. Sólo queremos eliminar el delito...
-Y -agregó el ministro bolche y bien vestido- aliviar la espantosa congestión de las prisiones.
-Bien, bien -dijo alguien.
Hubo mucha goborada y discusión, y yo estaba allí, hermanos, casi completamente ignorado por esos brachnos ignorantes, así que criché:
-Yo, yo, yo. ¿Qué hay de mí? ¿Dónde entro en todo esto? ¿Soy un animal, o un perro? -Y así provoqué una goborada de veras fuerte, y todos me arrojaban slovos. Así que criché más fuerte todavía: -¿No soy más que una naranja mecánica? -No sé qué me llevó a usar esos slovos, hermanos, que se me vinieron a la golová sin pensarlo. Y no sé por qué, pero los hice callar a todos los vecos durante un minuto o dos. Entonces, un cheloveco starrio de tipo profesoral se puso de pie, y tenía un cuello que era como un montón de cables que le salían de la golová y le bajaban al ploto, y me dijo:
-No tienes por qué protestar, muchacho. Elegiste, y esto es el resultado de tu elección. Lo que venga ahora es lo que elegiste tú mismo. -Pero el chaplino de la prisión crichó:
-Oh, ojalá pudiera creerlo. -Y se podía videar que el director lo miraba como diciéndole que no ascendería en la religión carcelera tan alto como él creía. Aquí recomenzó la discusión a gritos, y entonces pude slusar el slovo Amor que iba de un lado para otro, y el propio chaplino de la prisión crichaba tan alto como los demás sobre el Amor Perfecto que Destruye el Miedo, y el resto de esa cala.
Y aquí el doctor Brodsky dijo, sonriendo con todo el litso:
-Me alegro, caballeros, de que se haya suscitado esta cuestión del Amor. Ahora veremos en acción una forma del Amor que creíamos muerta, junto con la Edad Media. -Se apagaron las luces y otra vez se encendieron los reflectores, uno enfocado sobre vuestro pobre y doliente Amigo y Narrador, y en el pedazo iluminado por el otro rodó o se deslizó la más hermosa débochca joven que uno hubiera podido imaginar en toda la chisna. Es decir, tenía unos grudos realmente joroschós, que casi se videaban enteros, porque llevaba unos platis que bajaban y bajaban y bajaban por los plechos. Y tenía las nogas como Bogo en el Paraíso, y cuando caminaba uno sentía que se le revolvían las quischcas, aunque el litso era un litso dulce y cordial, joven e inocente. Se me acercó y era de luz, como la luz de la gracia celestial y toda esa cala, y lo primero que me vino a la golová era que quería tumbarla ahí mismo, sobre el suelo, para hacer el viejo unodós unodós realmente salvaje, pero scorro como un tiro me atacó la náusea, como un detective que hubiese estado vigilando desde la esquina y ahora viniese a hacer el
arresto. Y el vono del agradable perfume de la débochca inició un movimiento en mis quischcas, y así entendí que tenía que pensar de otro modo en ella, antes que el dolor, la sed y la náusea horrible se me echasen encima verdaderamente joroschós.
Así que criché: -Oh, la más bella y dulce de las débochcas, pongo el corazón a tus pies para que lo pises. Si tuviera una rosa te la daría. Si el suelo estuviera mojado y caloso extendería mis platis para que caminaras encima y no mancharas tus nogas exquisitas con la roña y la cala. -Y mientras decía todo esto, oh hermanos míos, sentía que la náusea iba cediendo.- Permite -criché- que te venere y sea tu auxilio y protector en este mundo perverso. -Entonces me vino el slovo justo, y me sentí mejor, y le dije:- Déjame ser tu auténtico caballero -y otra vez me arrodillé, inclinado casi hasta rozar el suelo.
Y entonces me sentí de veras schuto y tonto, porque todo había sido teatro, y la débochca sonrió y se inclinó ante el público, y salió con paso ágil y elegante, y las luces se encendieron y se oyeron algunos aplausos. Y los glasos de algunos de los starrios vecos del público se les salían de las órbitas al mirar a esta joven débochca, y se videaba en ellos el deseo sucio e impío, oh hermanos míos.
-Será nuestro auténtico cristiano -estaba crichando el doctor Brodsky- dispuesto a ofrecer la otra mejilla, dispuesto a dejarse crucificar antes que a crucificar, que se enfermará ante la mera idea de matar siquiera a una mosca. -Y era cierto, hermanos, porque cuando dijo eso pensé en matar una mosca, y comencé a sentir una ligera náusea, pero ahogué la sensación imaginando que yo alimentaba a la mosca con pedacitos de azúcar, y la cuidaba como a un animalito regalón, y toda esa cala.- Recuperación -crichó el doctor Brodsky-. Alegría ante los Angeles del Señor.
-El hecho es -estaba diciendo con voz gronca el ministro del Inferior- que funciona.
-Oh -dijo el chaplino de la prisión, medio suspirando-, por cierto que funciona, Dios nos asista a todos.
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